jueves, 13 de agosto de 2009

La madurez

Me encontró cansada, ya casi desmoralizada. Todos aquellos antiguos sueños habían desaparecido o estaban muy bien guardados como para ser recordados.
Guardados entre recuerdos que se mezclaban con las ilusiones perdidas, con las derrotas y las lágrimas derramadas.

A pesar de la melancolía la reconocí al instante, sin embargo me resistí a dejarla pasar.
No tenía ganas de planteos, mucho menos de reproches. Sólo quería escuchar un poco de jazz y disfrutar una copa de vino, en buena compañía si fuera posible.

Ella insistió, tantas veces volvió, esperaba pacientemente, me miraba con sabiduría, sin ansiedad, sabía que tarde o temprano la dejaría pasar.
Llegue incluso a ignorarla, pensando que se cansaría y se iría, que por fin me dejaría en paz. Pero tampoco funcionó, cuando pensaba que me había librado de ella, volvía, con la misma sonrisa paciente de siempre.

Me fui de viaje, planeé estadías ridículas en lugares incoherentes con la excusa de querer vivir mi propia experiencia, en esos momentos la perdí de vista, pareciera como si se hubiera alejado y me miraba a distancia.

Volví triste y cabizbajo pero con el orgullo del que experimenta solo, aunque un poco decepcionado con mi ser.
Entonces me olvidé de ella, no la tuve más en cuenta, no la veía aparecer a cada rato, y pensé por fin se dio por vencida, por fin me dejó en paz.

Festejaba mi triunfo y lamentaba al mismo tiempo su partida, inexplicable contradicción, así somos, los sentimientos opuestos conviven en nuestro ser minuto a minuto, entonces la vi.
Y ya no me resistí, la dejé pasar, le ofrecí una copa de vino, y como me dijo que le gustaba el jazz, puse mi CD favorito y nos sentamos a conversar.
Hablamos toda la noche y comprendí por fin que ya no podía dejarla ir, que la necesitaba, que ya era parte de mi ser.

No hay comentarios: