domingo, 31 de mayo de 2009

¿Me convidás alfajor?

- ¿Me convidás alfajor?
- No
- Qué mala que sos - dije, porque en esa época yo no decía todavía “metételo en el orto”

Ese día me di cuenta de la clase de persona que eras. Hay en el mundo dos clases de personas: las que te convidan alfajor y las que no. Y eso es indiscutible. Las que no convidan son las mismas que no prestan la goma, le ponen nombre a los lápices y te prestan solamente la muñeca lisiada.

Así y todo, tal vez por un principio de masoquismo que se agudizó con los años pero que ya comenzaba asomar, decidí hacerme amiga tuya. Tampoco era época de grandes decisiones, casi que ni de pequeñas decisiones. No decidíamos nada. Nos formaban y sentaban por altura y como ya en ese entonces yo no me destacaba en cuestiones de verticalidad (y vos menos) quiso el destino, o la señorita Ana, que compartiéramos el primer banco del aula.

Así es que empezamos una relación sin querer. Nos odiábamos pero no teníamos opción, parecía. Porque el increíble mismo ritmo al que crecíamos nos mantenía siempre unidas, a veces vos me pasabas, después yo volvía a crecer un poco pero siempre nos conservábamos más o menos a la misma poca distancia del piso del patio (y de todos los pisos en general pero el del patio era el único que nos preocupaba). Actuábamos en todos los actos porque a alguien se le ocurrió que las bajitas éramos más estéticas a la hora de bailar el carnavalito y esas cosas. Y la que había ganado momentáneamente más altura salía premiada actuando de varón, lo cual era terrible porque era terrible y porque te pintaban bigote.

Tu mamá se hizo amiga de la mía y empezó así una serie de invitaciones a tomar la leche y a jugar. Y como era de esperarse me prestabas la muñeca cuadripléjica y los juguetes más pedorros. Totalmente previsible.

Te odiaba, rezaba a la noche porque te cayera un rayo y así poder sentarme sola.

Y ahora que ya pasamos los 30 (y no importa por cuánto los pasamos, no da ponerse realista al final de un relato altamente distorsionado) me río cuando mi ahijado, tu hijo del medio, viene a jugar a casa y mi hija lo tortura, mientras vos y yo tomamos café con cualquier cosa menos alfajores porque vivimos a dieta.

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