viernes, 3 de julio de 2009

¿Azar o Causa?

X no era Y. Por el momento, antes de relatar la historia, vamos a llamarlo así, no sea cuestión que en el transcurso ocurra algún acontecimiento contrario y las cosas se reviertan.
El sujeto, por así llamarlo, de momento, apareció en el lugar menos pensado. Hasta ahora sigo agradeciendo al tiempo por ponernos en el mismo lugar con..., X.
Ese lugar era el supermercado. Hice mi recorrido habitual, el mismo y aburrido recorrido mensual. Me detuve en la góndola de artículos de limpieza y mi mirada rápidamente se detuvo en algo más.
Me quede como estatua con el brazo extendido a punto de agarrar un jabón en polvo, con la mirada perdida hacia el final del pasillo. Se acerco lentamente, recorriendo con la vista todos los productos. Llegó hasta mí. Me miró con complicidad, y casi sonriendo, agarro el jabón en polvo que estaba más próximo a mi mano, la cual seguía petrificada, y se fue.
Cuando volví en si, la seguí con la mirada hasta que la perdí de vista. Volví a enfocarme en la góndola y el producto que anteriormente me disponía a agarrar ya no estaba. Tuve que introducir el brazo hasta el fondo para llevarme uno similar.
Yendo para la sección de cajas, me vuelvo a cruzar a dicho personaje, ambos dirigiéndonos a la par a la número “15”. Al llegar los dos, le digo:
- Por favor, primero la niña bonita a su lugar de origen.”
Ella sonrió aun más que la anterior vez, me dio las gracias y pasó.
Mientras embolsaba su compra y yo pasaba mis productos, me lanzaba miradas constantemente. Y en un segundo cambió todo.
Al pasar el jabón en polvo comienza a sonar una chicharra/alarma. La vergüenza me invadió, todo el mundo me miraba, incluso, ahora con mas énfasis, X.
La cajera me informa que había obtenido el pack ganador que entregaba un premio de $250.000 y que, además, mi compra era la número 1 millón, y en alianza con la marca del jabón en polvo y el supermercado, si eso se daba, mi premio se duplicaría. Era acreedor de $500.000.
Luego de las formalidades, firmas, fotos y demás, me cruzo nuevamente con este sujeto que, a propósito, había sido culpable indirectamente que yo escogiera ese producto e ingresara en la fila en dicha posición.
Me felicita por mi logro y me invita a tomar un café más tarde. Dibujando una sonrisa más, le respondo mi agrado por la proposición y guardo su teléfono.
Se despide de mí, me vuelve a felicitar, y cuando se estaba yendo, desde lejos se da media vuelta y me dice:
- “a propósito, me llamo Ximena.”
Ximena no era Yeta, evidentemente.