martes, 7 de julio de 2009

Locura

Víctor trabajaba en una funeraria, no era un hombre alegre, no era apuesto ni alto, era patéticamente obsesivo.
Esa tarde, paradójicamente, había fallecido el padre del dueño de la funeraria, de modo que se fue temprano a casa.

Con una pizca de alegría inusual bajò del ascensor y cuando estaba a punto de poner la llave en la cerradura, escuchó y reconoció los gemidos de su mujer y la voz excitada de otro hombre.
Su cara se transformò, se quedó parado detrás de la puerta durante quince minutos, aquellos gritos de placer tan parecidos a los de la agonía.

Su mirada se transformó, se fue.
Volvió a la hora de la cena con una botella del vino preferido de su mujer y varias cajas de pastillas en bolsillo ya trituradas.
Cuidadosamente las disolvió en la copa destinada a ella, la desnudó y la besó como nunca había hecho, al rato se levantó y se fue al velatorio del padre del dueño de la funeraria.



Víctor saludó con un formal “lo acompaño en sentimiento” a su empleador, debido a la reciente muerte de su padre. Bebió un café y por puro compromiso escuchó una o dos conversaciones de familiares aludiendo al muerto. Cuando sintió que su obligación de empleado estaba cumplida desapareció.

Camino a su casa entró en una tiendita, compró bolsas de consorcio, un serrucho y guantes descartables.
Al entrar lo invadió la culpa, inmediatamente se deshizo de ella, como haría mas tarde del cadáver de su mujer infiel.

Puso música clásica y comenzó a desmembrarla para después quemarla, su expresión era inmutable, la carne por un lado, los huesos por otro, los órganos a parte.
Sólo lo perturbó tener que sacarle el anillo de casamiento, dos enormes lágrimas rodaron por su cara, sólo dos. Limpió el anillo con alcohol y lo guardó.
Higienizó todo el departamento, ser tan meticuloso le sirvió en este caso. Nadie jamás descubriría su secreto.



Dos años habían pasado desde aquél día en que Víctor había asesinado a su mujer, ya empezaba a sentirse solo, extrañaba la calidez de un cuerpo femenino en su cama.
Era un asesino, sin embargo andaba suelto como cualquiera de nosotros.

Un año llevaba observándola, ella trabajaba a media cuadra de la funeraria donde el seguía trabajando. Era una mujer de aproximadamente 30 años, hermosa, bastante insegura, tal vez por eso necesitaba reafirmar a cada instante su poder de seducción.

Víctor la eligió, con su aire serio y obsesivo la conquistó.
Eran patéticamente felices, el observaba cada uno de sus movimientos y miradas a extraños, sabía con quien trataba.

Una tarde la vió de lejos coqueteando con el policía de la cuadra.
Inmediatamente visitó a su amigo farmacéutico, compró somníferos, vino blanco espumante, el preferido de ella, la pasó a buscar con una aguda sonrisa y le dijo “esta noche va a ser especial”, el había sentido el macabro placer de la sangre y ansiaba sentirlo nuevamente.

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