sábado, 20 de junio de 2009

El fin de la pipeta corneta

Volvía una noche de un velorio de alguien lejano pero cercano a alguien cercano mío. Eran casi las dos de la mañana. Manejaba bastante dormida, tratando de que la radio se encargara de que el “bastante” no se transformara en un “completamente”. Soñaba - no literalmente, claro – con darme un baño y abrazarme a la frazada, la almohada y cualquier cosa mullida y cálida que mi cuerpo en estado de reposo pudiera disfrutar.

A tan sólo doscientos metros de hacer realidad mi sueño vi a un grupo de personas, una de las cuales empezó a encandilarme con una linterna. Sin entender demasiado qué pasaba seguí la marcha tal cual como venía pero ahora la persona estaba delante de mí y sostenía con firmeza la linterna cegadora. Por unos segundos sentí miedo, luego vi que se trataba de un policía y sentí más miedo pero parecía que no tenía muchas opciones (yo) porque sostenía estático y determinado (él) la linterna y su cuerpo delante de mi auto. Así que frené y me acerqué al cordón. Elaboré mil hipótesis en los dos segundos que me llevó bajar la ventanilla. Pero eso no importa ahora.

El señor agente me saludó tocándose la gorra y me explicó que tan sólo iban a hacerme un control de alcoholemia por lo que agradecí a un Dios en el que no creo el hecho de que en los velorios no se acostumbre beber. Así es que soplé la pipeta, corneta o como sea que se llame y una vez comunicado el resultado exitoso fui liberada amablemente y sin demoras. Así que el plan de abrazar lo mullido estaba a punto de concretarse.

Me di el baño ansiado y me metí en la cama pero el episodio, tontísimo él, había logrado desvelarme. Empecé a pensar en la forma en que se chequea el nivel de ebriedad que uno tiene y no me pareció justo. Conozco gente que se emborracha oliendo un perfume y conozco gente que se puede tomar el baúl de un Renault 9 de vino y no se le mueve un pelo. Entonces, ya muy desvelada, me puse a diseñar una propuesta acerca de cómo medir no el nivel de alcohol sino el nivel de estragos que quien ingirió el alcohol podría llegar a cometer. Sólo quien ha perdido sus reflejos, parcial o totalmente, es capaz de poner en peligro a la población con su manejo. Así es que deberíamos chequear si el examinado ha sufrido alguna merma en sus sentidos, independientemente del aliento a alcohol que excita a la pipeta corneta y la hace gritar un sí a los cuatro vientos como si de su casamiento se tratara.

Consideré justo entonces someter al sospechoso a un combo completo de proezas debiendo el mismo aprobar la totalidad de ellas. La pipeta corneta sería sólo un mal recuerdo de injusticias del pasado.

Las pruebas debían ser variadas: salir airoso de una breve guerra de canciones, repetir tres veces un trabalenguas a elección, resolver un sudoku en 5 minutos, jugar al 123 domingo, saltar en un pie con una bandeja llena de tazas, por mencionar algunas.

Dos motivos principales me llevan a no entrar en detalle. Este relato se ha hecho muy largo y tuve hoy un velorio y quiero ya darme un baño y meterme en la cama.

1 comentario:

valeria dijo...

Airoso y prolijo cierre del texto: 1) recordandole al lector: esto es un relato.
2) haciendo referencia a la impaciencia que movilizaba al personaje-narrador como justificativo de cerrar: el relato/el desvelo.