martes, 30 de junio de 2009

Puntos de vista

Alberto no era interesado, simplemente le gustaba la buena vida. Tampoco era vago, como opinaba toda la familia de Cecilia.
No ayudaba mucho con las tareas de la casa, pero no es que fuera cómodo, le gustaba tener sus tiempos para mirar 2 o 3 películas de corrido (tipo cine continuado), mientras Cecilia corría de acá para allá bañando a los chicos, preparando una mamadera para uno y el pañal para el otro.

El la veía pasar casi al trote y le decía “¿no te cansas de correr tanto? cuando puedas prepará un matecito así no miro la película tan solo ya que vos nunca me podés acompañar”

Ella estaba tan empeñada en que ese matrimonio funcionara que jamás discutía, le preparaba el mate y seguía con sus tareas.
Se conformaba pensando “lo que pasa es que la madre lo malcrió mucho, por eso es así, pero es un buen padre”
Ser un buen padre para Cecilia era no pegarle a los chicos, jugar con ellos de vez en cuando, siempre y cuando no interrumpieran ninguna película.

Y así pasaban los días, los meses, ella ahorraba peso por peso vendiendo cosméticos a domicilio, en el ratito que le quedaba libre entre guardería y colegio, para que él siempre pero siempre encontrara sus escondites y la plata desapareciera como por arte de magia.

Alberto no era ladrón, simplemente consideraba que la plata en un matrimonio se comparte y lo que era de su mujer era suyo también. Tampoco era mentiroso pero para qué decirle la verdad, sólo lograría lastimarla y ella nunca entendería su “solidario” punto de vista.

Eso si, era muy buen amante, eso nadie lo podía negar. Todas las noches se convertía en un tigre y la amaba sin parar, no importaba si ella tenía ganas o no, el era un buen marido y cumplía con sus deberes maritales. No era egoísta, solo pensaba que esos momentos de placer compartidos mejorarían la pareja.

Cuando los chicos tenían 4 y 6 años, en un descuido de Cecilia, en una de esas noches de pasión felina, ella quedó embarazada.
La verdad es que no tenía planeado otro bebé, ya bastante le había costado llegar hasta este punto, pero Alberto era muy católico y jamás hubiera aprobado un aborto.

Con mucho trabajo, cansancio y resignación el embarazo llegó a término. Ella ya estaba pesadísima y sin embargo seguía sirviéndolo como a un rey, aunque su cara ya no era la misma que con el primer bebé o con el segundo. Algo estaba cambiando en ella.

Eran las once de la noche de un jueves normal, los chicos dormían, la mamá de Cecilia había venido de visita.
El miraba un partido de fútbol por tele. Las contracciones eran cada vez más seguidas, esto lo sabía solo ella.

Con mucha dulzura y casi nada de energía se acercó a su marido y le dijo:
-Alberto, me parece que el bebé está por nacer, llevame al sanatorio.
-pará, no ves que está por meter un gol, bancame que termine el segundo tiempo, faltan 15 minutos nada más.
-no puedo esperar mi amor, me duele mucho, necesito ir ahora.
-espera un ratito sentate tomate un mate, ya te llevo.

Cecilia tomo su bolso, pidió a su madre que se quedara con los chicos y se fue, sola a parir a su hijo.
No fue al sanatorio donde estaba previsto que naciera, fue a otro donde trabajaba una amiga suya, obstetra.
A las dos horas nació Olivia, una beba preciosa, como lo habían sido cada uno de sus hijos. Al escuchar su llanto Cecilia supo que no quería volver a lo mismo, planeo cada detalle para su separación. Su madre se ocupo de mudar a los chicos y la ropa, su amiga de hablar con Alberto hasta que ella se sintiera fuerte para enfrentarlo.

Su suegra, que había venido a visitarla y se enteró de la noticia le dijo;
-Alberto no es malo, lo que pasa es que a él le gusta que lo hagan sentir bien, ¿sabes qué pasa? Es de Leo, y los hombres de Leo son así, hay que alagarlos para que se sientan seguros, como si fuera el rey de la casa ¿entendes? y de esa manera son los mejores.

Cecilia cumplía los años el 12 de Agosto era de Leo también, pero eso ni a su suegra ni a su marido nunca les importo.

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